BIOGRAFIA DE FRANCISCO JAVIER EUGENIO DE SANTA CRUZ Y ESPEJO
Según la leyenda romántica, fue
hijo de un indígena quechua, Luis Chuzig (lechuza), procedente de Cajamarca de
una familia de picapedreros, quien se instaló en Quito como asistente del
sacerdote y médico José del Rosario. Su madre, Catalina Aldás, era una mulata
nacida en Quito.1 Al contrario de lo que se piensa Luis Chuzig, no solo fue un
simple picapedrero o asistente de José del Rosario, fue además y por sus
propios medios un indio culto, que aprendió a leer gracias a la ayuda de Don
Luis Benítez de la Torre, Cura y Vicario de Cajamarca, quien a escondidas,
instruyó a Luis "Chuzig", ya que en esa época era prohibido, que los
indios sepan leer, y este en agradecimiento utilizó el apellido
"Benítez", mismo apellido con el que contrajo matrimonio con Catalina
Aldás. El origen de apellido "Santa Cruz y Espejo" no está aun
esclarecido, pero se cree, que fue impuesto por algún español, ya que en esa
época, todos los indios evangelizados, se les asignó nombres y apellidos
cristianos.2 Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, aprendió sus
primeras letras en casa de sus padres y luego, supuestamente, en una escuela
católica para niños pobres. Sin embargo, existe controversia sobre el origen
del sabio quiteño, pues existen documentos que comprueban que el nombre
familiar de Espejo, lo llevaba ya el padre de Eugenio, quiteño, e incluso su
abuelo, español. Es más, la inscripción de nacimiento de Eugenio de Santa Cruz
y Espejo, está dada como tal, y ubicada en el libro de blancos, hecho imposible
de consumar para un indígena, por influyente que fuera, ya que el sistema de
castas de la Colonia lo prohibía explícitamente. Pero también, podría existir
evidencia que María Catalina Aldás Larraincar o Larrinzar, no era mulata, sino
de origen español hecho del que se valieron sus padres para poder inscribirlo
en uno de los más prestigiosos colegios de Quito "El Colegio de San
Luis" para el efecto, María Catalina Aldás, presentó su partida de
nacimiento.2 Por otro lado, una vez inscrito desde muy temprana edad en colegios
exclusivos de la aristocracia quiteña, llego a ser electo representante de sus
compañeros en varias ocasiones. De esta época data su probable y único retrato
conocido, en compañía de su clase.
Según algunos historiadores que
defienden la historia romántica de Espejo, a él le fue muy difícil abrirse paso
dentro la clasista sociedad colonial, pero consiguió doctorarse en medicina en
1767 y poco después también en jurisprudencia y derecho canónico. Dentro la
sociedad quiteña se convirtió en el eje de la vida cultural y propagador de
ideas progresistas, con un considerable apoyo por parte de la aristocracia
criolla. En 1779 publica su primera gran obra, El Nuevo Luciano de Quito una
crítica terrible a todos los problemas y deficiencias de la vida cultural en la
Real Audiencia de Quito. Fue acusado de ser el autor de un texto que aplaudía
el levantamiento de Túpac Amaru y Tupac Catari. Su activismo cultural acabó
enfrentándolo a las autoridades, que lo procesaron en la capital del
virreinato, Bogotá, pero este hecho contribuyó a aumentar aún más su prestigio;
ya que salió libre de todo cargo.
Hijo de un indio cajamarquino,
que había llegado a Quito como paje de un fraile y de una mulata cuya madre
había sido esclava de otro religioso. Ni siquiera poseía apellidos propios.
Los de sus padres, que él recibió, eran apellidos adoptados. El indio se hacía
llamar Luis de la Cruz Espejo. La mulata, Catalina Aldas y Larraincar. Alguien
que quiso denigrarlo, un cura del poblado de Zámbiza, le echó en el rostro la
humildad de tal origen, y dejó así este chisme para la posteridad: "es
constante que su padre, Luis Chuzhig por apellido y mudado en el de Espejo,
fue indio oriundo y nativo de dicha Cajamarca, que vino sirviendo de paje de
cámara al Padre Fray José del Rosario, descalzo de pie y pierna, abrigado con
un cotón de bayeta azul y un calzón de la misma tela".
El antiguo peón de Cajamarca puso
todo empeño y aptitud en convertirse en cirujano de aquel centro de salud. De
lo que hay que hablar con admiración es más bien de la manera con que educó y
formó a su hijo Eugenio Francisco Xavier. Batallando con circunstancias
desalentadoras, aflictivas, estimuló tempranamente las facultades
intelectuales de éste. Alimentó su vocación médica, originada sin duda en el
ambiente del hospital, en donde el pobre vástago indio pasó los años de la
niñez y la adolescencia. Y cuya culminación no fue solamente la de un título de
doctor en medicina, sino la de la forja de una sólida personalidad de
investigador. Ella está explícita en el mejor de sus libros: "Reflexiones
acerca de las viruelas".
Aquel hijo de indio y de mulata,
destituido hasta de apellidos propios, debió soportar la adversidad de un
medio que discriminaba tercamente los grupos sociales siguiendo los
prejuicios de la sangre y el dinero. A veces usaba nombres supuestos para
firmar sus libros. No podemos suponer cómo fue el aspecto verdadero de tal
hombre. Su fisonomía y su figura. Aun a pesar del breve autorretrato que él
escribió. Los óleos y bronces que ahora pretenden mostrarnos su imagen son
una pura invención del artista.
Eugenio Francisco Xavier Espejo
no pudo menos que sufrir el conflicto psicológico que eso producía. Se lo
advierte en sus actitudes y confesiones. Intentaba hacer valer el abolengo
español de los allidos Aldas y Larraincar de su madre, sin querer recordar que
ésos fueron apellidos adoptados. O pasados ya diez años de la aparición de
"El Nuevo Luciano de Quito", el Presidente de la Audiencia José de
Villalengua y Marfil todavía lo juzgaba acremente, diciendo que contenía
"sátiras a sujetos muy conocidos y de clase muy diferente a la de
Espejo". ¡Siempre la torpe acusación a la humildad de su origen! Y en
1810, quince años después de su muerte, las autoridades españolas seguían
recordándolo con amargo resentimiento. A un hombre de aquella condición social,
determinada por la pobreza de su origen, que además se atrevía a opinar con
desenfado crítico sobre el estado de las colonias, tenían las autoridades que
hacerle víctima hasta de un desdén póstumo. Y así su defunción fue registrada
en el libro de indios y negros que mantenían aquellos feroces guardianes de
castas y de clases.
El doctor Espejo también soportó
cárceles. Fue tratado como un "facineroso". Se trató de confinarlo en
las selvas con pretexto de una expedición científica. Se lo enjuició
haciéndole responsable hasta de hechos y papeles que nunca se comprobó que le
eran realmente imputables. El aclaró su posición sin cobardía. Reconoció la
paternidad de libros de que se enorgullecía. Tuvo que ir a defenderse ante el
propio Virrey, en Bogotá, en donde estableció amistad con dos jóvenes
colombianos que habrían de honrar a toda Hispanoamérica como Antonio Nariño, el
primer traductor en lengua castellana de la Declaración de los Derechos del
Hombre, y el científico Francisco Antonio Zea.
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